Manu Ginóbili se prepara, esta noche, para beber el elixir de la inmortalidad ante los ojos del mundo. Cerrará los ojos y recorrerá, a la velocidad de la luz, lo que dicen vivenciar aquellos que coquetean con la muerte: imágenes que se agolpan una tras otra, personas, lugares, momentos. Todo rápido, fugaz, eléctrico. Eterno.
Ginóbili ha sido el mejor deportista argentino de todos los tiempos sin haber logrado nunca ser el máximo referente en sus artes. ¿Cómo puede ser posible algo así? Hay un razonamiento, esgrimido en partes, que nos permite argumentar la posición.
1) Nadie cambió su deporte como lo hizo Manu. Hasta su llegada a la meca llamada NBA, el básquetbol no tenía lugar ni presencia en un país dominado por el fútbol. Ginóbili modificó el patrón por completo y fue erigiéndose en cultura, a diferencia de otros grandes del deporte argentino. Primero lo consiguió en su ciudad, luego en el país y finalmente en el mundo. Redibujó los límites hasta llegar a una situación escalofriante: primero el público quería verlo ganar minutos en la NBA, luego anotar un doble, luego ser goleador, campeón, mejor sexto hombre, All-Star, etc. Nadie hizo en Argentina más por su deporte que Emanuel Ginóbili.
2) Consiguió triunfos en todos lados. Lo hizo en la Europa con la obtención de la Euroliga, conquistó la NBA cuatro veces, pero también alcanzó títulos de los grandes con la Selección, siendo los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 (el máximo torneo de Selecciones en este deporte) su punto dorado más alto.
3) Manu hizo mejores a sus compañeros. En este apartado, la ventaja sobre cualquier competidor en un debate es superadora. Ginóbili supo jugar en todos lados con sólo hacer un click interno para readaptarse. Supo dar un paso atrás en San Antonio, saltando toda su carrera desde el banco, para que los demás puedan dar un paso adelante. Luego supo ser líder en la Selección en función de lo que su equipo necesitaba. Y siempre, pero siempre, fue reconocido por sus compañeros. Manu supo diseñar el paisaje y también tuvo la capacidad de convertirse él en el propio paisaje. Un termómetro aplicable a los espacios en los que estuvo; si él entraba, la temperatura subía o bajaba a piacere. Jugador de equipo por naturaleza, con Ginóbili cerca, nunca nadie estuvo solo.
4) Su vigencia, abrazada a su profesionalismo. Manu jugó hasta los 40 años. El Pibe de 40. Y lo hizo en el máximo de sus capacidades, pero reinventándose de acuerdo a la evolución del juego. Nada tiene que ver el Ginóbili que empezó en la NBA con el que terminó. Un jugador híbrido, que movió como muy pocos de la posición de dos natural a uno en función de lo que su equipo requería para cada momento determinado. Hay que conocer el juego para saber lo difícil que es transformarse en algo así. De anotador compulsivo a pasador de maravilla. Su cuidado del cuerpo, sus dietas estrictas, su profesionalismo a ultranza dentro y fuera de la cancha le permitieron extender su carrera a límites insospechados.
5) Su inteligencia para entenderse y entender. Ginóbili es un atleta modelo fuera de la cancha. Es una estrella mundial, pero se mueve con la soltura de un chico de barrio. Nunca un problema, nunca una cara larga, nunca algo fuera de lugar. ¿Cómo se puede entender? En primer lugar, la inteligencia que aflora fuera del rectángulo de juego es que se le ve dentro. Esconder las impurezas y exhibir lo radiante. Un camino de obstáculos hacia la cima de la montaña que, uniendo los puntos que él unió, parece despejado. Hacer fácil lo difícil. Como si eso, valga el juego de palabras, fuese sencillo.
Por último, Manu Ginóbili es, para los argentinos, un deportista aspiracional. Vivimos en un país que tiene una adicción desmedida por los atajos. Por la trampa, por la ventaja, por jugar, en todos los ámbitos, a toda hora, a la escondida. Manu nos enseñó, en cada una de sus apariciones, que las cosas podían hacerse de otra manera. Que existe un camino más largo, más espinoso, pero que vale la pena recorrer. Alguna vez lo escuché decir: «Hay que trabajar todos los días por ser la mejor versión de uno mismo». En la tierra en la que todo parece imposible, en la que todo luce como un teorema indescifrable y se reproducen los expertos en todo, Ginóbili nos dice que no, que no alcanza con quejarse. Que hay otra manera de hacer las cosas. Y si el entorno no ayuda, entonces hay que modificarlo. Empezar por uno mismo y seguir con los demás. Y en estos casos, en estos imposibles, la pared jamás se esquiva: se atraviesa. Como pasó con el Dream Team, cuando el equipo albiceleste empujó hacia atrás la pesadilla para erigirse en sueño. Como pasó con los Spurs, en la construcción del juego de pases más delicioso de la historia. Como lo soñaron, alguna vez, los grandes maestros del básquetbol. Como lo contaron, en charlas interminables, los grandes maestros de la vida.
Ginóbili será por siempre el ejemplo a seguir. La constatación cabal de que si él pudo, nosotros, y fundamentalmente nuestros hijos, también pueden. Ningún jugador es mejor que todos juntos.
Hoy, por él, tenemos un espejo en donde mirarnos.
#GraciasManu
Ayer, hoy y siempre.
Fuente: Bruno Altieri para ESPN.