En el día de su cumpleaños número 44, recordamos los inicios de Manu Ginóbili en el club que lo vio crecer desde chico.
LA FICHA DE MANU GINÓBILI EN LA ABB
Tras jugar sus primeros años en escuelita, Emanuel David Ginóbili se fichó en la Asociación Bahiense de Básquet un 2 de julio de 1984, a días de cumplir siete años.
Su número de fichaje, quizás el más importante en la historia de la ciudad, fue el 11.414. La dirección de su eterno hogar, tan cercano a su segunda casa: simplemente cruzaba Estomba y con algunos pasos Manu ya estaba en el lugar que lo hacía feliz.
Su foto y la huella de su dedo pulgar demostraba sus jóvenes seis años. Como también su propia firma, con un simple “Emanuel” en una manuscrita de aprendiz.
Aquel 2 de julio entró a la ABB una ficha de las cientas que ingresan por año, sin saber que se trataría de los comienzos del mejor jugador de la historia del básquet argentino.
DE SUS FRUSTRACIONES A BRILLAR ENTRE GRANDES
Es historia conocida los inicios competitivos de Manu Ginóbili en Bahiense del Norte. Nada fue sencillo para un joven que veía a sus hermanos mayores e intentaba ser como ellos.
Primero comenzó por sus limitaciones de estatura. Cuenta su padre Yuyo que a los 15 años apenas pesaba 50 kilos y el pediatra Fernández Campaña le comunicó que a los 19 años iba a llegar a medir 1.85 metros. A lo que Manu miró a su papá y le dijo “voy a ser petiso”.
Lejos de quedarse con el diagnóstico de su médico, Manu comenzó a medirse todos los días en el ropero de su abuelo Constantino. Caminaba a la escuela pegando saltos e intentando llegar cada vez más lejos en las chapas que marcaban la numeración de las viviendas. Incluso incorporó una dieta que le recomendó un bioquímico: batido de hígado, huevo y banana.
Otro karma fueron los logros deportivos frustrados en sus primeros años. No era elegido en la selecciones juveniles, cada partido que no hacía las cosas bien su propia autocrítica era despiadada. En su cabeza solo estaba lograr jugar la Liga Nacional, ese deseo que lo llevó a ser incluso más de lo que él mismo imaginaba.
A los 16 años tuvo uno de los golpes deportivos más grandes en sus años en Bahiense, cuando perdió la categoría con el primer equipo en la serie de Promoción ante Comercial. “Perdimos papá, perdoname” le dijo Manu a Jorge.
“Para mí fue una vergüenza, una deshonra. No había ganado nunca un título, nada, en ninguna de las categorías. La mayoría de los chicos había sido campeón de algo, de cualquier cosa, infantiles, cadetes… Yo nunca. Y encima, me iba al descenso mientras mis hermanos ya jugaban en la Liga Nacional. De aquella serie lo que más me acuerdo es el segundo partido, de visitantes, nos apretaron. Éramos chicos. Yo estaba convencido de que en el tercero podíamos darlo vuelta… Pero me pegaron bastante y perdimos. Quedé devastado”, reconoció años después el 20 de los Spurs.
Hay quienes dicen que para llegar primero tenes que tropezar, y vaya si Manu Ginóbili no es ejemplo de eso. Sus golpes y limitaciones (más internas que reales), sumado a su testarudez, resiliencia y un innegable talento, lo terminaron poniendo en lugares que merecía estar: campeón de Europa, cuatro anillos de NBA, medalla dorada en Atenas 2004, y toda su extensa lista de triunfos.
Los primeros pasos, un poco truncos y difíciles, de un pequeño jugador que se convirtió en el hombre leyenda.
Fotos: La Nación, familia Ginóbili.