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Miguel Río, un tipo al que ya estamos extrañando

Miguel Río

Con el fallecimiento de Miguel Braulio Río Fernández nuestra ciudad pierde a una de esas personas que pusieron más que un granito de arena para que el deporte que apasiona a los bahienses trascendiera más allá de nuestras fronteras.

Jugador, árbitro, entrenador y dirigente, Miguel fue esencialmente un formador, de esos que dejan huella a través de un legado forjado por el ejemplo y el respeto a los valores.

Querido por todos, “desde su inmensa y gigantesca pequeñez”, como muy bien lo describió por estas horas el periodista bahiense Sergio Kanevsky, supo llegar a todos y cada uno de los muchos jugadores que dirigió en varios clubes de la ciudad.

Su primer gran logro para el básquetbol local se suscitó en noviembre de 1971, cuando junto a Horacio Reising dirigió la selección bahiense que ganó el primer torneo provincial de minibásquetbol, organizado por Junín, tras vencer a Zárate y al local en el juego decisivo por 45 a 30.

Aquel equipo estuvo conformado por Osvaldo Coccia (capitán), Marcelo Allende, Omar Bajamón, Ricardo Bianchi, Carlos Bualó, Carlos De Battista, Raúl Dobry, Ángel Kohen, Jorge Parrota, Ricardo Properzi, Carlos Sola y Gustavo Lucaioli.

Esta misma base, con la sola excepción de Rubén Tidei en lugar de Lucaioli y siempre bajo la tutela de Río, conformó el equipo de Provincia de Buenos Aires que un mes después concluyó sexto en el primer campeonato argentino de minibásquetbol desarrollado en Catamarca, que se adjudicó Santa Fe al vencer en la final a Tucumán por 32 a 26.

Poco después, Miguel alcanzaría otro jalón importante en el básquetbol formativo local cuando condujo un gran equipo de Napostá que conquistó en carácter de invicto el campeonato de Cadetes Menores de 1977, y que contaba entre sus filas con Ignacio Barga, Daniel Frolla, Javier Marzano, Marcelo Dobry e Isaac Darío Mortvin, entre otros.

En 1994 estuvo al frente del equipo de la Universidad Nacional del Sur que fue campeón patagónico y en 1995 alcanzó otro título en las categorías formativas, esta vez en Sub 22, como entrenador de un Olimpo que contaba entre sus filas con Juan de Dios Cansina, Martín Polchi y Rodrigo Gomez.

Más allá de su pasión por la naranja, esa que lo hacía deambular de cancha en cancha no solo para apreciar de cerca los jugadores que alimentan la inagotable cantera bahiense sino para compartir interminables charlas con todo aquel que se acercara a saludarlo, Miguel fue durante años empleado de Martínez Gambino, un tradicional comercio de venta de artículos de goma, y además estuvo vinculado al Sindicato de Empleados de Comercio.

Habitante desde siempre de la primera cuadra de calle 9 de Julio, ahí bien cerquita de la sede de la Asociación Bahiense de Básquetbol, en 2004 aceptó el desafío de ser vocal de la ABB, cumpliendo con su compromiso de colaborar desde el lugar que hiciera falta.

Y si hiciera falta algo más para evocar su memoria, permítanme el egoismo de contar una anécdota que involucra a mi hermano Alejandro, que nació con síndrome de down y con quien desde muy chicos empezamos a ir a Estrella, el club del barrio en el que Miguel Río era entrenador.

Yo había empezado a jugar en premini a comienzos de los 70 cuando Miguel habló con mis viejos para incluir también a Ale en el plantel. Así pasó a ser uno más y tuvo sus minutos en cancha, como cualquiera de nosotros.

Hablar de integración ahora resulta afortunadamente más sencillo, pero hacerlo 50 años atrás, créanme, no era para nada fácil.
Este hecho, insignificante tal vez pero inolvidable para nuestra familia, refleja de manera fiel lo que fue Miguel, un tipo al que ya estamos extrañando.

Sergio Gabriel Alcalá

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