Jorge Héctor Ginóbili, Yuyo para la familia del básquetbol de Bahía Blanca, falleció a los 81 años de edad y dejó una huella imborrable en la Capital Nacional del básquetbol.
Papá de Emanuel, Sebastián y Leandro, y compañero inseparable de Raquel Maccari, fue jugador, presidente e ícono de Bahiense del Norte, el club de sus amores que fue su segunda casa desde los diez años, cuando inició la pasión, en ese entonces en Bahiense Juniors, que lo perseguiría hasta sus últimos días.
Yuyo fue, junto a otros dirigentes entusiastas, cerebro y motor de un club de barrio que sentó las bases y los mandamientos para que pudieran florecer entrenadores y jugadores de primerísimo nivel mundial. Como jugador, Jorge llegó a jugar en la Selección Bahiense de básquetbol entre 1962 y 1964, siendo un correcto base estilizado, con buen manejo y tiro a distancia.
Su número 5 lo heredó su hijo Emanuel, quien con su zurda mágica lo paseó a lo largo y ancho del mundo con la Selección Argentina, alcanzando en 2004 el mayor logro que un basquetbolista nacional puede conseguir: el oro olímpico. Y lo hizo junto a otros dos talentos que recibieron la enseñanza de Jorge en Bahiense: Alejandro Montecchia y Juan Ignacio Sánchez.
El aporte silencioso de Yuyo fue extraordinario, porque colocó las semillas que luego germinaron para que las disfrute no solo su club sino el país primero y el mundo después. Él siempre mantuvo un perfil bajo, disfrazándose de testigo en citas en las que para muchos debió ser protagonista y merecedor. Dio un paso atrás para que el resto se luzca. Eso, que para muchos puede pasar inadvertido, es imposible que no sea un aprendizaje para todos. La humildad empieza con ejemplo y emerge en cultura. Emanuel lo mostró a los ojos del mundo. Por eso y por muchas cosas más, el deporte nacional tendrá siempre una deuda de gratitud con él.
Recuerda el diario La Nueva Provincia que Jorge «cursó la primaria en la Escuela Nº6 y el secundario en la Escuela de Comercio, y siempre vivió en la cortada Vergara: primero en el 17 y después en el 14, donde formó la familia».
Su padre, Primo, fue fundador de Bahiense Juniors, y él fue el alma máter del nacimiento de Bahiense del Norte, cuando en 1975 se logró juntar a Deportivo Norte, por entonces radicado en Salta al 300, con Bahiense Juniors, dando inicio a la era del tricolor, al agregar el rojo de Norte a la camiseta final.
«Te digo la verdad, nosotros no encontramos tanta oposición para encauzar la fusión. Esto porque, estando Bahiense Juniors y Deportivo Norte a menos de cuatrocientos metros (Salta 28 y Salta 359) charlábamos del tema. Incluso contábamos con vecinos que estaban asociados a ambos clubes. Tampoco voy a negar que hubo algún tipo de resistencia, sobre todo en los mayores de edad, pero no resultó traumática», le contó hace tiempo Yuyo a la Nueva Provincia. «Deportivo Norte y Bahiense Juniors quedaron atrás. Ya son historia y, como tal, la recordaremos y valoraremos. Pero ahora nace otro club. Es la criatura que tenemos que criar, cuidar y hacer crecer sana», dijo Jorge aquel día.
Desde lo edilicio, Bahiense Juniors aportó su estadio (considerado uno de los más grandes de Sudamérica) y Deportivo Norte vendió el suyo para sumar el dinero necesario para el techado del escenario actual. Así comenzó una nueva vida, que Yuyo, su familia y sus amigos disfrutaron durante años.
Jorge siempre ayudó a todos los que lo llamaron cuando se lo necesitó. Siempre fue atento, bien dispuesto, noble y servicial. En su ADN estuvo siempre puesta la mirada en el otro. Además de jugador y presidente, Yuyo también llegó a ser entrenador y árbitro.
Junto a Alberto Antón, caminaron kilómetros de básquetbol ayudando y preocupándose por cada chico que llegó de la mano de sus padres. Para jugar y divertirse. Enseñó con el ejemplo que al club hay que quererlo y ayudarlo para poder disfrutarlo. Vivirlo, con todo lo que eso significa. Transmitió amor y fue correspondido. En sus hijos descansan hoy sus enseñanzas y las de Raquel.
El básquetbol de Bahía llora a un dirigente ejemplar, pero por sobre todas las cosas a una persona honesta que esquivó siempre las luces pero que, sin embargo, nunca jamás pasó inadvertida.
Hasta siempre, querido Yuyo.
Volá alto.
FOTOGRAFÍAS: Gentileza La Nueva Provincia