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La valentía según Sebastián Vega

Sebastián Vega

Sebastián Vega cuenta, en una carta publicada en Twitter, que es gay. «Escribí con el corazón en la mano», dice, y se nota. En esas líneas, cargadas de emoción, lo que menos importa para los lectores es, curiosamente, que le gustan los hombres. Lo que salpica de verdad, lo que despierta la reflexión, es el camino, no el final. Es una historia de padecimientos en silencio, de sufrimiento sin oídos que prestar. No se trata de un cuento, porque el desenlace está en las primeras dos líneas, sino que lo que conmueve es el mientras tanto; la carga significativa de llevar un secreto inconfesable en las espaldas. Su carta habla de muchísimo más que de una orientación sexual: habla de amor. Del correspondido, del que no lo es y de los miedos de ir en contra del orden establecido. Habla de compañeros, de familia, de amigos, de su mente atrapada y turbada en una encrucijada sin retorno. De una sociedad que acostumbra a cuestionar lo que no entiende.

Vega escribe, sin darse cuenta, que logró «confesar» lo que le pasaba. No dice que pudo ponerlo en palabras, sino que dice haberlo confesado, como si se tratase de un crimen. Como si exceptuar la norma, en cuestiones de género, raza o religión, fuese tan pecaminoso como robar algo. Como matar a alguien. Es tan grande la carga cultural, que no se trata de un fallido sino de un sentimiento crudo que merece ser profundizado. Porque si bien en este escrito encontramos una valentía inusual, también encontramos lágrimas que esconden temores. Miedo a perder el trabajo, a ser objeto de burlas, a ser discriminado. A no ser querido, con todo lo que eso significa.

«Quiero sentirme libre de una vez. Libre de culpa, de sentirme en falta», escribe Vega. Y uno se pregunta, con absoluta sinceridad: ¿en falta de qué? ¿Qué es lo que hizo Vega de incorrecto? Simplemente elegir distinto. Aunque parezca mentira, el bagaje cultural que todos traemos es tan grande, tan opresivo, que genera esta clase de desajustes. Estamos contaminados a tal punto que este gesto de Sebastián nos parece único, pero no debería serlo. Pensémoslo de manera inversa: ¿qué tan interesante podría haber sido que Sebastián confiese que le gustaban las mujeres? Esta es una clara prueba de que lo que muchos dicen tomar natural, aún no lo es.

Vega hizo hoy la mejor jugada de su carrera, porque en una carilla escrita desde las entrañas, nos llevó a todos, por un rato, a reflexionar sobre formas y contenido. Son líneas que tienen tanto fuego que nadie puede ser indiferente a ellas. Sebastián nos invitó, con su dolor y su carga emocional, a pensar qué nos pasa como sociedad. Vivimos en un entorno en el que un pibe que apenas pasa los 30 años llora dentro de un cuarto a oscuras porque se siente diferente y no lo puede decir. Que estalla en lágrimas cada vez que «confiesa» lo que le pasa, como si fuese un puñal clavado en el pecho que no se puede quitar de ninguna forma.

Hemos crecido, todos y todas, en una sociedad homofóbica, racista, que repite en la cotidiana barbaridades, que está contaminada, en cada acto, por la mirada del otro. Que señala con el dedo acusador cómo hay que ser, qué hay que decir, cómo hay que vestir. Cómo hay que pensar para pertenecer. Entonces, cuando alguien como Sebastián desafía los estándares con semejante valentía, cuando grita lo que otros no se animan ni a susurrar, se convierte en representante de una idea. Y, por qué no, de un movimiento. De una forma de entender la vida, que es sin prejuicios ni limitaciones. Pese a que no buscó esto, Vega será, gracias a su publicación, la voz cantante que destrozó tabúes y le puso color a la oscuridad. Que abrió el baúl de los secretos con una llave en forma de carta para dejar salir lo que hace falta que salga. Que le permitió cambiar las rocas sobre su espalda por alas.

«Escribí esta carta persiguiendo mi libertad», firmó como última línea.

Solo deseo que, después de esto, pueda ser feliz.

En definitiva, el miedo a ser discriminado es directamente proporcional al miedo por lo diferente de quien discrimina.

FUENTE: Bruno Altieri

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