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Che García, el revolucionario del básquetbol

Nestor Che Garcia - Bahienses

Son los brazos cruzados y la mano en el mentón. Es el dedo índice que apunta al cielo, las piernas en cuclillas a modo de plegaria, los saltos y la gesticulación. Es la decepción de su rostro en un ataque equivocado y la alegría desbocada de sus rodillas en una defensa solidaria que se ejecuta en plenitud. Néstor García es contradicción permanente; es reflexión y mesura, pero también es explosión y éxtasis. Templanza y tormenta son tubos de ensayo en un mismo laboratorio; un alquimista de emociones contenidas que vive por y para el básquetbol. De Bahía, pero también del mundo. Del mundo, pero siempre de Bahía. La toalla es el ícono, una serpiente adiestrada que utiliza sus hombros como hábitat natural. Lo envuelve y lo contiene, se acerca y se aleja como si en cada tiempo muerto le susurrase al oído, a modo de secreto, las palabras clave que tiene que decir a sus dirigidos para torcer el orden establecido.

Néstor sabe cosas que los demás no saben. Conoce debilidades y fortalezas de las personas. Y los jugadores, primero que nada, son personas. Néstor es un estratega brillante del juego, pero también es un conocedor exhaustivo de la vida, propietario de la experiencia única de aquellos que vivieron de verdad. Conoce avenidas y callejones, destellos y sombras, y para todos los caminos posee un mapa invisible que le sirve para conducir el barco a destino. Puntos unidos por risas y llantos, por luz y oscuridad. En ese transitar, en esa experiencia hecha con su propio cincel, moldea mentes y almas, acepta y comprende, construye, confía y edifica desde la sustancia, sin importar nombres ni lugares. Sabe encontrar oro en un médano ya recorrido y abandonado por el resto. Néstor, además de forma, también es sonido: chiflido agudo, intermitente, único. Marca registrada que contagia y provoca, que reordena lo propio y desordena lo ajeno.

China, agosto de 2019. Los jugadores de República Dominicana saltan y se abrazan en el centro del estadio. Los talentos alemanes se observan entre sí, incrédulos, mientras una brisa caribeña derrumba sueños pactados de antemano. El Che García salta, una vez más, entre lágrimas. Como cuando recorrió con los puños al viento el parquet del Palacio de Deportes de México para ser campeón con Venezuela en el Preolímpico 2015. O cuando conoció la gloria con Peñarol en la Liga Nacional, finalista con Estudiantes de Bahía o triunfador con Biguá en Uruguay. La suma de los pequeños golpes permiten que el muro se caiga. Entonces, de nuevo, los flechazos de sentimiento traspasan la pantalla e invitan a los que están a miles de kilómetros de distancia a sumarse, porque dentro de la revolución están todos, los que creyeron antes y los que creerán ahora. El libreto se ha vuelto a reescribir mientras la tribuna, contenida por miles de rostros, es un gigante azul que solo atina a ser testigo del nuevo milagro: lo imposible, una vez más, se ha hecho posible.

Néstor García es un Robin Hood deportivo histriónico, capaz de quitarle a los poderosos para darle a los débiles. No anota ni asiste, pero dirige y empuja, con una mirada 360 grados de lo que sucede alrededor. Adentro y afuera, una esponja que absorbe la presión circundante. Una máxima del juego luce impregnada en su piel: no se llora ni se pide, nadie se relaja y todos luchan. Con sacrificio, con entereza y con entrega, valores que no se negocian. Si no alcanza, no importa, siempre hay que caminar con la frente alta, el pecho erguido y sin arrastrarse ante los poderosos: se juega con lo que se tiene y se vive con lo que se puede. Ese es, quizás, su primer mandamiento escrito con fibra sobre el pizarrón. El Che, otro producto genuino de la capital del básquetbol, ha dedicado su vida a emprender proyectos riesgosos pero a la vez gratificantes. ¿De qué sirve decir que uno pone las manos en el fuego por algo si es imposible quemarse?

No importa el idioma, las costumbres, ni la cultura del lugar. Los equipos son siempre los mismos y necesitan las mismas cosas para dejar de ser semilla y comenzar a germinar. La dedicación y el esfuerzo se mezclan con el conocimiento y la motivación. El Checho, luego bautizado ‘Che’, fue criado entre libros, folletos y VHS en las tribunas de Olimpo de Bahía Blanca, donde su padre era cantinero del club. Y tuvo en Julio Toro, legendario entrenador puertorriqueño, a su padre deportivo por excelencia, relación que comenzó con la visita del coach al club aurinegro en los años ’80.

«Nací un 11 de enero en 1965, en Bahía Blanca. Es tierra de basquetbol, allá donde salen jugadores como arroz picado. Mi papá hizo de todo y acabó pasando del ferrocarril a llevar una cafetería. Mi mamá fue conserje y también cosía, como ayudante de modista. Eran muy humildes y, siempre, muy trabajadores», escribe el Che en una serie de cartas dirigida a Toro que publica Daniel Barranquero en ACB.com. «¿Realmente crees que puedo hacerlo bien allá? ¿No soy demasiado joven para ser tu asistente en Puerto Rico? Estoy dispuesto a dejarlo todo», agrega García, con solo 23 años.

La revolución es un sueño eterno. Como aquella final perdida ante GEPU siendo entrenador de Estudiantes de Bahía con solo 27 años, en su primera experiencia como entrenador. Como su triunfo con República Dominicana en Shenzhen, ante Alemania, que le permitió a un país humilde alcanzar un inesperado pase a la segunda fase del Mundial. Como la necesidad de hacer mejores a los verdaderamente buenos ahora en San Lorenzo. Los desafíos son distintos, pero con Néstor García siempre lucen atrapantes.

La vida, ahora, pasa a la velocidad de la luz. Como en el «Libro de Arena», no hay principio ni final. Todas las páginas son la última y todas son la primera. Estudiantes, Peñarol de Mar del Plata, Boca, Cangrejeros de Santurce, Guaiqueríes de Margarita, Libertad de Sunchales, Marinos de Anzotaegui, Uruguay, Al-Ahli jeddah de Arabia Saudita, Argentino de Junín, Trotamundos de Carabobo, Panteras de Miranda, Guaros de Lara, Biguá, Gaiteros del Zulia, Halcones de Xalapa, Minas Tenis Clube, Atenas, Venezuela, Quimsa, Montakit Fuenlabrada, República Dominicana y San Lorenzo. Miles de jugadores que acompañaron la misión sostenida de resquebrajar el presente, edificar el futuro y reescribir el mapa del básquetbol.

«Voy para allá. Acepto. Me lanzo. Renuncio a todo por este sueño. Por aprender básquet, por convertirlo en mi vida. Y ten claro una cosa. Ya que dejo todo atrás, voy a Puerto Rico dispuesto a entregarme, sin dejarme nada dentro. ¡A morir!», completa el Che en su correspondencia.

Dice Eduardo Galeano que «…No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende…»

Hay silencios que se escuchan. Hay gritos que son silencio. Hay lágrimas que merecen compartirse y risas que vale la pena contemplar. La vida es para los que arriesgan, para los que luchan y para los que avanzan, sin importar lo que diga el resto. Sin excusas ni contemplaciones, porque al final del camino lo que importará es el camino, no el final.

Esta es la historia del hombre que logró concretar imposibles.

Esta es la historia del Che García, el revolucionario del básquetbol.

FUENTE: Bruno Altieri

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