A la memoria de un equipo eterno.
Al básquetbol de Bahía Blanca en su totalidad, para que la llama nunca se apague.
A O.R.O, por el recuerdo latente de su pluma inigualable.
«Conociendo a los nuestros, capaz que los europeos se pegan un susto» — Bill Américo Brusa (Diario La Nueva Provincia, sábado 3 de Julio de 1971)
20.32 hs. Ya no quedan entradas en las flamantes boleterías del estadio, inauguradas para la ocasión. Hay gritos, quejas, reproches. El hostil clima de julio cala hasta los huesos, pero nadie se quiere perder este partido. Plateas altas, de fila 1 a la 7, 1.000 pesos moneda nacional. Plateas bajas, 1.500. Entradas generales, 1.000. Socios abonados, 500 pesos viejos. «No quedan más, no insistan», avisan los vendedores y acto siguiente colocan un cartel («localidades agotadas») sobre ventanilla. Aún sabiendo que se juega a cancha llena, un grupo de entusiastas se agolpa en el portón del estadio a la espera de algún imprevisto que le permita estar esta noche. Creen que será una jornada especial. Juega Bahía Blanca contra el campeón del mundo.
No se equivocan.
20.48 hs. Mario Macagno, presidente del Club Olimpo, toma la palabra en el centro del rectángulo de juego -bendecido dos días atrás por el presbítero Ernesto Saini- para darle punto de partida a la obra valuada en 33 millones de pesos. «Bienvenidos a la casa que desde hoy abrazará a un conjunto de gente que ha bregado y continuará luchando por la difusión del deporte», dice. Las tribunas colmadas se encienden en un alarido al unísono. No cabe un alfiler. Atilio José Fruet, con su brazo izquierdo inmovilizado por una infección y ausente en lo que será el partido más trascendental de la historia de la ciudad, camina junto a Rafael Emilio Santiago hacia el ingreso de Avenida Colón y Angel Brunel. Con su mano hábil, la derecha, enciende el pebetero que acompaña los aros olímpicos sobre la pared. Las 3.500 almas que se dividen entre los remozados asientos rojo, blanco y beige de las plateas, y los tablones de las tribunas enfrentadas, se unen en un aplauso inolvidable. La llama calienta la fría noche de invierno en Bahía Blanca. Se entremezclan emociones vestidas de tristeza y alegría: el brillante homenaje al reciente Patito Tomás, fallecido de un paro cardíaco en Córdoba un año antes, es un hecho. Lito observa hacia un cielo imaginario y sonríe. Santiago, testigo por excelencia, se suma a la calidez respetuosa que imprime la gente. Es una escena simbólica, que servirá para explicar lo que vendrá después.
20.55 hs. Ingresa al rectángulo de juego el equipo de Yugoslavia. Reciente campeón mundial en la rica tierra de Ljubljana un año atrás, vuelve a la ciudad tras dejar un recuerdo imborrable en 1968. Ahora, llega como número uno del mundo tras destrozar rivales en el cuadrangular disputado en Brasil días atrás. Los diarios verdeamarelhos califican al equipo del ya legendario Ranko Zeravika como una «aplanadora». No se acostumbra a ver jugadores de semejante talla y pese a la ausencia de Ljubodrag Simonovic, el mago balcánico, sí está presente el histórico croata Nikola Plekas y Dragucin Cermak, a quien Bill Américo Brusa, presente en Brasil con la Selección Argentina junto a José Ignacio De Lizaso y Jorge Cortondo como ayudante de Jorge Canavesi, lo señala como un «marcador implacable». Beto Cabrera, con solo 25 años, llega con lo justo a la cita tras haber reforzado en Córdoba a la selección de «Resto del País» contra Paz Juniors en homenaje al retiro de Hugo Olariaga. Sobresalen en la entrada en calor los gigantes yugoslavos -Vinko Jelovak (2.06 mts), Radivodje Zivkovic (2.07 mts), Damir Ivkovic (2.06 mts), Zarco Zacevic (2.00 mts) y Mireljub Damnjanovic (2.00 mts)- que opacan la altura de los jovencísimos jugadores de Bahía, que tienen solo a Adolfo Scheines, de 18 años, en los 2.00 mts. Zeravica zapatea en el banco visitante y quita algo de polvo sobre el piso recién estrenado. Observa las tribunas con incredulidad, le sorprende el fervor de una ciudad que respira básquetbol. Brusa, de saco, camisa y pantalón de vestir gris, bromea con sus jugadores. En el salto inicial, la diferencia de talla entre las dos selecciones es inmensa. Sin embargo, en los ojos de Cabrera, en el ceño fruncido de De Lizaso y en la concentración de Fruet en la tribuna, hay una chispa diferente. Ellos sospechan, intuyen, creen, que pueden competir. Adrián Monachesi repiquetea en el límite del semicírculo. Giorgio Ugozzoli, con 1.96 mts de altura, se concentra para el salto inicial. La dupla arbitral porteña de Juan Sastre y Francisco Lombardo va a dar inicio al juego. Los pronósticos juegan en contra. Un país contra una ciudad. Pero los libretos, a veces, pueden reescribirse: lo mejor, entonces, está por venir. Allá vamos.
21.42 hs. Espectáculo de Judo de entretiempo para cortar la tensión de la noche. Los jugadores de Yugoslavia se envuelven con frazadas en el banco para combatir el frío imperante. El público disfruta del show mientras Zeravica, ofuscado, pide un traductor para hablar. «En este piso no se puede jugar, es resbaladizo, no podemos hacer pie. Lo deberían haber limpiado antes». El célebre coach yugoslavo está nervioso. Enojado, confundido, irascible. La pasa mal en el Tomás y se nota en el resultado: Bahía está arriba 34-32. El local es el retador y está forzando al campeón del mundo a tirar golpes al aire. Incómodo, impreciso, ineficaz, el equipo de los gigantes balcánicos está confundido. Lo que se preveía al comienzo, los puntos que parecían unirse de manera sencilla para la visita, ahora no se distinguen. Las piezas lógicas no encastran. ¿Qué está pasando? Zeravica habla del piso, pero en realidad es otra cosa: lo que molesta, lo que cambia la dinámica, es la intensidad defensiva de De Lizaso y Cortondo, que combaten la falta de centímetros con una actitud que empuja y conmueve. Fruet, en la tribuna, permanece inmóvil y no habla con nadie. Se anticipa un desenlace memorable.
22.38 hs. Quedan tres minutos en el marcador y Bahía está arriba 71-69. La tensión está al máximo. Los cigarrillos en continuado nublan el cielo de chapa del Norberto Tomás. ¿Cuánto falta? Por Dios, ¡Cuánto falta! Todos están de pie, en la platea y en la popular. Brusa se toma la cabeza, gira sobre su eje, mira el reloj. Busca interlocutores de turno para erradicar los nervios que a esta altura son incontrolables. Primero hay que saber sufrir… Se sienta, se para, se vuelve a sentar. Busca en el fondo de sus pensamientos respuestas que son esquivas. Le reza a los dioses del juego, promete cosas que serán imposibles de cumplir a posteriori. ¡Qué termine de una vez! Fruet, irreconocible, inmóvil, tiene la concentración de quien sabe que será testigo -y protagonista por decantación- de un momento memorable. «¡BAHÍA, BAHÍA!» «¡AR-GEN-TINA, AR-GEN-TINA!». Cortondo, Monachesi y Scheines salieron por faltas. En cancha están Cabrera, De Lizaso, Mac Donald, Requi y Ugozzoli para frenar la parada. ¡Terminalo referee! ¡Ya está! Macagno se tapa los ojos para no ver lo que sigue. Los periodistas confunden apellidos, pero a esta altura nada importa. Lo pragmático pierde por paliza contra lo emocional. «Un equipo se hace con cuatro asados y un entrenamiento», había dicho alguna vez Brusa. Y esa máxima es lo que mantiene esta noche a flote a Bahía. Porque espalda con espalda, unidos en un corazón de brazos y piernas, los pibes le ganan con carácter a los centímetros del campeón del mundo. Cuádriceps tensos, defensa asfixiante, de cabeza a todas las pelotas: un grupo de amigos unidos en una causa, listos para trascender. Entonces, lejos de achicarse, Bahía avanza. Cabrera toma la pelota que pesa toneladas y anota un tiro a distancia hecho para su figura. Responde Cermak con una bandeja, pero vuelve a convertir Beto para poner ventaja 75-71. El grito es ensordecedor, el aire se corta con bisturí. Ataque por ataque, golpe por golpe, es una exhibición sin precedentes. ¿Puede la selección de una ciudad vencer al campeón mundial? 2.15 por jugar y Cabrera, ¡cómo puede ser!, hace la quinta falta. ¡No, no, NO! ¿Cuánto falta? Cermak mete los dos tiros libres y ahora la diferencia es de dos. Ojunian ingresa por Cabrera, anota un lanzamiento desde la línea de personales y estira a tres la ventaja. «¡BAHÍA BAHÍA!» «¡AR-GEN-TINA, AR-GEN-TINA!». Fruet no aguanta más, se pone de pie y se acerca al rectángulo de juego. Los corazones galopan como nunca antes. Brusa grita algo que a la distancia no alcanza a entenderse. La tribuna juega, los tablones se hacen flexibles, se aplaude y se golpea lo que se encuentra cerca. Si ganamos hoy, ganamos todos juntos. 60 segundos. Jelovac anota para poner a Yugoslavia a uno, pero De Lizaso, eterno Polo, la mete de media distancia y pone el 78-75. 35 segundos. Mac Donald retiene la pelota, hace pasar el tiempo, la pasa para De Lizaso. 30 segundos. De Lizaso toca a Ugozzoli, que devuelve para Mac Donald. «¡BAHÍA BAHÍA!» «¡AR-GEN-TINA, AR-GEN-TINA!». La epopeya está a un paso, el triunfo más grande de la historia se acerca. Brusa, ojos abiertos, hace descansar un cigarrillo en la boca sin encender. 20 segundos. Tira De Lizaso, falla, agarra el rebote Requi, se la da a Mac Donald. Cabrera en el banco se para, Cortondo también. ¡15 segundos! ¡10 segundos! Termina, termina, ¡terminó! ¡Bahía Blanca le ganó al campeón mundial Yugoslavia!
Brusa levanta los brazos con el cigarrillo entre los labios aún intacto, en una imagen única que trascenderá los tiempos. Monachesi, emocionado al extremo, abraza a Ojunian como un hermano. ¿Qué es la gloria si no es esto? Cabrera salta, De Lizaso lo busca, Cortondo grita. Los espectadores rompen el espacio escénico e invaden la cancha. «Lo que pasa es que nosotros no jugábamos para la gente: nosotros éramos la gente», recuerda Polo, riéndose a carcajadas y empujando al público para que el festejo se extienda hasta altas horas de la madrugada en las calles. Se suma Fruet a la celebración. Hay lágrimas, hay emoción contenida, hay un fuego incomparable, inextinguible, genuino, que nació hoy y será eterno. Crecerá en leyenda y cortará transversalmente generaciones. La llama que se encendió en Colón y Angel Brunel el 3 de julio de 1971, que se paseó 33 años más tarde por la acrópolis de Atenas, aún sigue brillando.
La historia, en definitiva, la escriben los que triunfan.
Y esta tierra, hecha de gajos y piques, está llena de ganadores.
BRUNO ALTIERI
FUENTES:
- Diario La Nueva Provincia (Julio de 1971)
- LU2 (archivo)
- Canal 9 (archivo)
- Revista El Gráfico (Osvaldo Ricardo Orcasitas O.R.O., Julio de 1971)