Les traemos esta gran semblanza de Gustavo Mandará sobre Atilio Feliziani con un recuerdo de su carrera y legado.
Si a pesar del dolor y la tristeza por su partida, de empezar a recordarlo con una sonrisa se tratara, uno podría intentar una broma que tal vez podría haber brotado en alguna sobremesa allá en el club Napostá, después de una explosiva buseca o unos tallarines preparados por Rubén “Charito” De Negri, con un peculiar sentido del humor interno que a los no avisados podía parecer chocante:
“Cacho… vos sos tan grande que hace falta algo más que una calle para homenajearte”…
Y Cacho, porque tenía con que, y se sabía querido y admirado, y le encantaba serlo y sin dudas que lo merecía, hubiera dicho “por supuesto”…
Entonces en estos días extraños, inéditos, incómodos en los que parecen sentirse mucho más las muertes que las vidas, a Atilio Eduardo Feliziani le tocó o eligió (porque venía relojeando la partida desde hacía un tiempo) irse un 20 de mayo… es decir un número más que la calle 19 de Mayo tan cara y tan clave a los sentimientos del barrio más céntrico de la ciudad.
“¿Hay una calle 19 de Mayo? Entonces yo me muero un 20 de mayo… porque me la banco y porque soy de esa raza que necesita ganarte a todo lo posible”, podría haber dicho.
Por suerte quedan todavía quienes lo vieron jugar y todos coinciden en que era grandioso y vamos siendo más los que no lo vimos, porque nacimos más o menos cuando él se retiró a comienzos de la década de 1970, pero crecimos con la certeza inculcada de su inmensidad y de su condición de indiscutible.
En las pocas veces en las que vaya uno a saber porque menciona recuerdos de su Bahía Blanca natal, Alfio Basile, consultado sobre la vinculación de su ciudad con el básquetbol, confesó que su ídolo de joven no había sido ni Cabrera ni Fruet si no un tal Cacho Feliziani al que valía la pena levantarse los domingos por la mañana y bajar desde la “Loma” de Bella Vista para verlo jugar.
Y cada vez que se le recordaba el detalle, en especial que Basile estaba de moda y sumaba éxitos como técnico de una deslumbrante selección nacional, Cacho respondía: “Y que querés que te diga… ese sí que sabe”.
La verdad es que en términos racionales no tiene mucho sentido entrar a analizar quien fue mejor, pero en términos emocionales el debate será, por suerte inagotable…
Y creo que todos vamos a coincidir en que para que hayan existido Fruet-Cabrera y De Lizaso, no mucho antes, tuvieron que allanar el camino próceres como René Giménez, Mario Marchesino o Atilio “Cacho” Feliziani…
Entonces, sin temor a equivocarse y porque además es tan lindo creerlo y sentirlo, se puede rastrear el código genético del básquetbol bahiense y encontrar un hilo conductor entre aquellos Gimenez, Marchesino o Feliziani… pasar por Fruet-Cabrera y De Lizaso, hacer un hito en Richotti, Espil y Montenegro y explotar de toda la gloria mundial posible con Emanuel Ginóbili, Alejandro Montecchia y Pepe Sánchez.
¿Cómo entonces no va a merecer Atilio Feliziani un homenaje de una ciudad que hasta que no se casó con el básquetbol, coleccionaba insinuaciones y potencialidades, pero no conseguía una tarjeta de presentación ante el mundo?
Hasta donde yo rastreé, es un proverbio alemán, el que sostiene que tu casa puede sustituir al mundo, pero el mundo jamás sustituirá a tu casa…
Y creo que Feliziani, honró a esta enseñanza y la vivió con pasión y devoción, porque su mundo estaba edificado a unas cuadras a la redonda de su epicentro planetario, ubicado en avenida Alem 328…
Su casa familiar, durante muchos años, se ubicó al lado del gimnasio de su club y cuando se tuvo que mudar, no quiso hacerlo más que un par de cuadras más allá. Tal vez no lo habría resistido… porque necesitaba volver todo el tiempo a su club y en el club necesitábamos verlo, sentirlo refunfuñar y criticar, pero saber que estaba…
Por si hacía falta tirarlo en la mesa de héroes con la tranquilidad de que se podía ganar o perder, pero la dignidad de la batalla estaba asegurada, porque nadie en su sano juicio podría atreverse a discutir sus méritos de gran campeón en categorías menores, allá a finales de 1940, de jugador de primera con 15 años y de abonado en las primeras grandes selecciones de Bahía Blanca y de Provincia de Buenos Aires, cuando el “combinado provincial”, así se le decía, obtuvo por primera vez un título argentino, en Bahía Blanca derrotando en la final a Mendoza, en Febrero de 1957…
Después Bahía y Provincia se acostumbrarían y tal vez hasta se aburrirían de ganar, pero hubo una primera vez y costó mucho… y en esa primera vez, hombre clave y protagonista fue Atilio Feliziani, en quien confluían calidad y técnica, inteligencia y valentía… además de un amor propio que algunos, con una sonrisa, podían confundir con uno de los más elevados conceptos de sí mismo que uno haya visto en un ser humano… y con el tiempo entender que es esa es una cualidad indispensable para salir a una cancha a enfrentar a tipos más grandes, más fuertes, más preparados y encima ganarles.
Como les pasó a varios equipos de estrellas que venían a Bahía al Salón de los Deportes y acá, perdían… no entendían bien como… pero casi siempre perdían y cuando no, les complicaba.
Al estupendo y convocante jugador Feliziani le siguió el técnico por un tiempo, también el dirigente por otro tiempo y por siempre el personaje, el referente, el héroe de un club que a cinco cuadras de la plaza es de barrio y acumula historias incomparables, algunas escritas desde Italia por una pluma magistral como la de otro hijo del club como Bruno Passarelli, tal el caso de aquella que da cuenta del hecho de haber recibido alguna vez allá por 1936 en sus instalaciones a un tal coronel Perón, de la mano de un tal Camilo Rivas, vecino del club y bisabuelo de la ex concejal Connie Rivas Godio… tanto le habló Camilo a Perón de lo que era Napostá que un domingo por la mañana, de paso por la ciudad, quiso ir a conocerlo.
O de haber tenido en sus filas durante muchos años a Sidel Negrín, un muchacho callado, querido y querible, solidario que un día desapareció sin dejar rastros y sin que sus familiares pudieran explicar dónde estaba… hasta que a comienzos de 1970, en un reportaje panegírico de la por entonces denominada “lucha contra la subversión en el monte Tucumano” una foto truculenta mostró a aquel pibe abatido por un balazo como parte de las huestes guerrilleras.
“Mirá donde estaba Sidel”, fue el chiste negro que circuló por aquellos días en las callecitas que se extienden como un laberinto poco más allá de la suntuosa avenida Alem, otrora calle de las quintas, donde los primeros huerteros italianos cultivaban acelga…
Lo que quiero decir es que entre todas estas historias, incluidas tres títulos de primera división, cada uno con una épica particular y una cantidad de anécdotas que forman parte del bagaje de lo mejor que le pasó en la vida para cientos de bahienses, insisto entre todas esas historias… que no son pocas ni son poca cosa, les aseguro, por lejos, el nombre propio más importante, primero por sus méritos deportivos, por su carisma y por su proyección hacia afuera de la institución como insignia, fue, es y será el de Atilio “Cacho” Feliziani…
Y por esto no sólo no se enojarán otros enormes jugadores como Ignacio Barga, Fernando Lacasa, Javier Solís o Mariano Palma, sino todo lo contrario… para todos ellos les aseguro que es casi como un cobijo estar allí como sostenes y garantes del trono a cuya sombra crecieron y en algo superaron al maestro; porque ellos sí lograron ser campeones de primera y “Cacho” no.
Pero nadie podría discutir la significación de Feliziani en lo más alto del santoral albiazul y de allí la justificación de este homenaje, que se atreve a ir un poco más allá, no quedarse solo en el recuerdo, e imaginar…
Hace menos de dos años, por idea de la entonces concejal Rivas Godio (comprendida por las generales de la ley por toda una infancia y juventud transcurrida en la vereda del club) con buena ayuda de la concejal Biondini y no sé si no también hubo una mano suya, presidente, cuando estaba en el Ejecutivo, desde aquí se otorgó la autorización para que ese club Napostá que quedó en pleno centro y dentro de poco encerrado entre edificios, pueda crecer un poco más para poder albergar un poco mejor a los cientos de chicos y chicas que concurren a su cancha.
Es que así como hubo períodos en la historia un poco más truculentos, en los que el club era un refugio para “timberos” que de vez en cuando terminaban la noche en una comisaría, hay que decir que hoy, el club es un ejemplo de eso que tantas veces se declama respecto de una institución familiar, de contención, que prioriza determinados valores por sobre resultados deportivos, que luego encima terminan llegando por decantación.
Y entre los proyectos que se acuestan para soñar y se levantan para laburar con alma y vida, dirigentes como Ignacio Barga, Willy Cabo, MarceloVietri o Marcelo Palloti, ahora en préstamo en la Asociación Bahiense o personajes como el querido Fernando “Nano” Lacasa, aparece el de extender hacia adelante, hacia la avenida, el actual gimnasio Antonio Palma y en un primer piso, construir otra cancha de básquetbol, que se necesita diría casi en forma indispensable porque así como en una época costaba juntar ocho o diez para conformar la comisión, hoy las divisiones menores no dan abasto de cantidad de pibes… y de padres que se acercan y colaboran…
El tema es que para hacer esa cancha nueva tal vez haya que sacrificar el actual salón social que como justo homenaje en vida, casi que como no podía ser de otra manera, ya se llamaba Atilio “Cacho” Feliziani…
De más está decir que sin meter presión a nadie, me atrevo a decir que cuando Naposta se vaya literalmente para adelante y para arriba y concrete este anhelo, ese nuevo pedazo de su historia ya tendrá nombre impuesto desde el vamos… casi como una condición y una plataforma desde la que impulsar su concreción.
El nombre de uno de los mejores jugadores que muchos no vimos jugar, pero del que casi podríamos describir cómo eran los malabares que llenaron por más de 25 años de trayectoria tantos ojos de admiración.
Atilio Eduardo Feliziani… Cacho Feliziani. Nacido el 17 de junio de 1933. Casado con Mercedes Sánchez. Papá de Marcela, Adriana y Juliana, abuelo de ocho hijos y dos bisnietos y héroe de toda una ciudad que no se resigna, por más ley natural de la que se trate, a ir perdiendo de a poco a sus mejores y más queridos héroes y entonces se las arregla como puede para transformarlos en leyendas. Leyendas de las que se puede dar fe y que, dentro de poco, en la medida que entre todos los que lo quisimos de verdad, superemos el dolor por su partida, se contarán cada vez mejor…
Aunque en el caso de “Cacho” tal vez no haga falta: por el que mejor describía lo bien que realmente jugaba y las cosas que fue capaz de hacer en una cancha, acaso haya sido él mismo… y lo mejor es que entre quienes lo vieron, nadie se lo podía discutir. Más bien todo lo contrario…
Cuando desesperada por extrañar esos tiempos de una gloria irrepetible, la ciudad quiso un poquito más de disfrutar a estos monstruos y mimarlos y emocionarse, ya veteranos, se formó el denominado “Equipo de Siempre”… “LOS DE SIEMPRE”… Ahí si los vimos un poco más a Fruet, Cabrera, De Lizaso… Cortondo, Raúl López… y por supuesto a Cacho Feliziani, ya un poco más grande que el resto, pero impecable, cuidado y feliz y les aplaudimos lo que todavía podían hacer, que no era poco, y lo muchísimo que ya habían hecho para merecer estar allí.
Capricho, ironía, de la vida y el universo, que uno de los peores jugadores que sin duda pasó por las filas de Napostá, tenga el honor y el privilegio de despedir en este recinto al mejor de todos.
Lo bueno es que en ambos extremos de esto tan apasionante y que trasciende el simple hecho de jugar un juego tan maravilloso, se puede decir que para quienes, pese a más de cuarenta años de intentos, todavía sentimos que es un milagro del universo cuando logramos que la pelota entre en el aro muy de vez en cuando y los que se cansaron de gastar redes y recibir aplausos y admiración, el amor y la pasión es la misma…en el caso de “Cacho”, un amor a todas luces correspondido que, como tal, merece ser celebrado y atesorado.
Por la memoria y el legado de próceres en el cabal y literal sentido de la palabra… próceres como Alberto Pedro Cabrera, como Atilio Fruet o como Atilio Feliziani que no por nada, para bien de esta ciudad, por todo lo que le quede a Bahía Blanca por vivir, para toda la vida y por los siglos de los siglos serán LOS DE SIEMPRE.
Por eso y más HASTA SIEMPRE Y GRACIAS, ATILIO “CACHO” FELIZIANI…
Por | Gustavo Mandará